El lenguaje de los libros

Cuando un amigo me recomienda un libro, siempre me pregunto por qué. ¿Cuál es el motivo por el cual cree que me gustará? Más aún, ¿qué me estará queriendo decir? Las recomendaciones son más difíciles de descrifrar que el lenguaje de las flores o el de los abanicos. Leer es un ejercicio individual y trasladar a otro esa experiencia, un riesgo calculado. «Hablar» con otra persona a través de las páginas de un libro es un acto íntimo y misterioso.

A veces los resultados son esplendorosos. Así, descubrí a W. G. Sebald por una recomendación. Continué leyendo Austerlitz más allá de la página treinta (mi particular umbral de tolerancia), por insistencia de quien lo había recomendado. Gracias a su perseverancia disfruté de una lectura extraordinaria y conmovedora.

En otros casos no hay manera. Lo confieso: no leo a Paul Auster. No sé como será en otros lugares, pero en Barcelona es sacrilegio admitir a) que no le has leído o (mucho peor) b) que no te seduce. ¿Cómo comunicar entonces el propio rechazo a quien viene con esta recomendación bien intencionada?

Junto a la recomendación acertada y la que no incluiremos una tercera modalidad, que denominaré «recomendación inversa». Otro amigo me informa de que anda como loco recomendando la trilogía de Stieg Larsson. Quise saber su opinión personal: bien, resulta que todavía no la ha leído. Su objetivo, al recomendar e incluso regalar los libros, es recibir feedback de confianza, más allá de las listas de los más vendidos (a las cuales su estrategia contribuye, todo hay que decirlo) para decidir si la lee o no.

Los deseos que anidan en la recomendación de un libro son casi insondables para un tercero, quizás para el propio destinatario. Por eso, cuando leo / escucho a una lectora/or hablarle a otra de mis novelas me pregunto cuál será el mensaje, doblado como un pañuelo de papel invisible, que estará transmitiendo.

 

 

 

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