Literatura para mujeres: ¿hace falta redimirse?

Hace un tiempo escribí que la literatura para mujeres es un club al que nadie quiere pertenecer. La etiqueta «chick lit» se usa para ubicar «literatura rosa para mujeres sofisticadas» (Qué leer, octubre de 2008) y a muchas el color rosa, sinceramente, nos pone los pelos de punta.

La chick lit se presenta como «género literario aliado con el entretenimiento popular» (Harzewski, S.). «Rosa» y «popular» son adjetivos que connotan como pocos «poca calidad». Es cierto que existen muchas novelas para mujeres que resultan infumables, repetitivas y sexistas. Pero lo mismo puede decirse de muchos thrillers, de novelas históricas o de obras «pseudoliterarias». De todo hay y no todo es bueno. Ni malo.

En el caso de la chick lit, las evocaciones negativas son tan fuertes que a una le dan ganas de esconderse cuando la propia novela se califica así.  Las autoras optan por desligarse del género como estrategia para «ser tomadas en serio». Marian Keyes, una de sus madres fundadoras, ha conseguido sus mejores críticas cuando se ha dedicado a escribir sobre un «asunto serio» (la violencia doméstica). Entre nosotros, a Sílvia Soler le dan un premio no por su 39 + 1 sino por una novela sobre la postguerra. Ambas parecen entonces haberse «redimido» de su pasado «chicklitero».

La pregunta es: ¿por qué redimirse? ¿Qué hay de malo en la literatura para mujeres como género? ¿Por qué es tan denostado? ¿Por qué cuando las mujeres escribimos sobre nosotras mismas «no somos serias»?   Los dilemas que plantean las novelas de chick lit sobre la propia proyección, las opciones a las que se enfrenta una mujer, sus relaciones sociales y de pareja son legítimos y no deben ser empequeñecidos. Frivolizar sobre la chick lit es frivolizar sobre la condición femenina y juzgarla desde los parámetros predominantes (es decir, los masculinos).

 

 

 

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